sábado, 26 de septiembre de 2009

Sobre el relativismo cultural

El relativismo cultural, a favor o en contra, es un debate de máxima actualidad. Incluyo algunas citas que pueden ayudar a la reflexión.

«El etnocentrismo es la creencia de que nuestras propias pautas de conducta son siempre naturales, buenas, hermosas o importantes, y que los extraños, por el hecho de actuar de manera diferente, viven según patrones salvajes, inhumanos, repugnantes o irracionales. Las personas intolerantes hacia las diferencias culturales, normalmente, ignoran el siguiente hecho. Si hubieran sido enculturados en el seno de otro grupo, todos estos estilos de vida supuestamente salvajes, inhumanos, repugnantes e irracionales serían ahora los suyos. El desenmascaramiento de la falacia del etnocentrismo lleva a la tolerancia y curiosidad por las diferencias culturales. Una vez comprendido el enorme poder que la enculturación ejerce sobre toda conducta humana, ya no se puede despreciar racionalmente a aquellos que han sido enculturados según pautas y prácticas diferentes a las nuestras.

Todos los antropólogos culturales son tolerantes y sienten curiosidad por las diferencias culturales. Algunos, no obstante, han ido más lejos y adoptado el punto de vista conocido como relativismo cultural, con arreglo al cual toda pauta cultural es, intrínsecamente, tan digna de respeto como las demás. Aunque el relativismo cultural es una manera científicamente aceptable de referirse a las diferencias culturales, no constituye la única actitud científicamente admisible. Como todo el mundo, los antropólogos también se forman juicios éticos sobre el valor de las diferentes clases de pautas culturales. No hay por qué considerar el canibalismo, la guerra, el sacrificio humano y la pobreza como logros culturales valiosos para llevar a cabo un estudio objetivo de estos fenómenos. Nada hay de malo en tratar de estudiar ciertas pautas culturales porque se desee cambiarlas. La objetividad científica no tiene su origen en la ausencia de prejuicios -todos somos parciales-, sino en tener cuidado de no permitir que los propios prejuicios influyan en el resultado del proceso de investigación.» Harris, Marvin. Introducción a la antropología general. Alianza editorial. Madrid, 1984. Pág. 125.

«podemos decir hoy que el sueño de los universalistas homogeneizadores -la eliminación de toda diferencia- representa un supremo empobrecimiento para la sociedad que lo practica; pero también que el entusiasmo ante lo diferente, por el mero hecho de serlo, raya en el papanatismo, ya que no toda diferencia eleva el nivel de la humanidad. Practicar la ablación del clítoris a las niñas es una peculiaridad de determinadas culturas, peculiaridad que debe desterrarse en cualquier cultura que desee tener una talla humana. Pero, ¿quién está legitimado para decirlo y desde dónde? La tarea consiste en nuestros días en descubrir ese "desde dónde" que nos permita conservar lo mejor del universalismo y de la sensibilidad ante lo diferente en un "tercero" que los supere, sin desperdiciar la riqueza que ofrecen uno y otra. Ese tercero consistiría, a mi juicio, como hemos comentado, en una ciudadanía intercultural, construida desde un auténtico diálogo». Cortina, Adela. Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Alianza Ed. Madrid, 1997. Págs. 185 y 186.

«Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro no sólo dependen del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejara de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más? ¿Cuándo ha realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación? [...] La profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa se presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización en su casa, donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias, donde se nos ofrece sin ningún embozo [...] La industria y el comercio burgueses van creando esas condiciones materiales de un nuevo mundo del mismo modo como las revoluciones geológicas crearon la superficie de la tierra. Y sólo cuando una gran revolución social se apropie las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas productivas, sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces el progreso humano habrá dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado». Marx, Karl. Futuros resultados de la dominación británica en la India. New-York Daily Tribune, 8 de agosto de 1853. En Marx y Engels, Obras escogidas. Editorial Progreso. Moscú, 1977. Vol. I, págs. 336-338.

«No parece sostenible la pretensión de que el relativismo, tanto cultural como moral, resulta psicológicamente más proclive o lógicamente abocado a una actitud de respeto hacia otras culturas y de tolerancia respeto a valores diferentes de los nuestros. Más plausible parece sostener que del relativismo ético, esto es, de la afirmación de que los conflictos básicos entre valores no pueden ser racionalmente resueltos, no puede inferirse valor alguno, tampoco el de la tolerancia. Sostener que a partir del relativismo ético puede fundamentarse racionalmente el valor de la tolerancia, o cualquier otro valor, es inconsistente con el propio relativismo ético, que defiende precisamente la imposibilidad de fundamentar racionalmente nuestras opciones valorativas.» Álvarez Dorronsoro, Ignasi. Diversidad cultural y conflicto nacional. Talasa ed. Madrid, 1993. págs. 126-127.


«Desde el punto de vista moral, el mundo es falso. Pero en tanto en cuanto la moral forma parte de este mundo, la moral es falsa.

La voluntad de hallar lo verdadero es un modo de fijar, de volver verdadero, de hacer duradero ese carácter falso, de interpretarlo en el sentido del Ser. Por consiguiente, la "verdad" no es una cosa que existiría y que se trataría de encontrar, de descubrir, sino una cosa que es preciso crear y que permite denominar un determinado proceso, más aún permite a una voluntad forzar los hechos hasta el infinito; introducir verdad en los hechos, por un proceso in infinitum, una determinación activa, no es la inserción en la conciencia de una realidad sólida y determinada por sí misma. Es uno de los nombres para designar la voluntad de poder.

La vida se basa en la hipótesis de una creencia en lo perenne, en el retorno singular de las cosas; cuanto más poderosa es la vida más indispensable es que el mundo previsible, y en cierto modo hecho existente, sea vasto. Reducción de los hechos a la lógica, racionalización, sistematización: medios auxiliares de la vida.

De algún modo el hombre proyecta fuera de sí su instinto de verdad, su "finalidad" en la forma del mundo del Ser, el mundo metafísico, de la "cosa en sí", del mundo dado a priori. Su exigencia de invención inventa a priori el mundo que él mismo transforma, lo anticipa; esta anticipación (esta fe en la verdad) es su punto de apoyo.» Nietzsche, Friedrich En torno a la voluntad de poder. Planeta-Agostini, Barcelona, 1986. Págs. 198-199.

«La defensa indiscriminada de la diversidad cultural suele entonces ser presentada como una de las formas más eficaces para combatir el imperialismo, promover la tolerancia y propiciar el igualitarismo cultural. Sin embargo, la apariencia del relativismo cultural como una doctrina tolerante, igualitaria, antiimperialista, debe en realidad más a su propio "bagaje" cultural moderno que a alguna virtud filosófica inherente a sus proposiciones. El relativismo cultural fuerte sostiene, primero, que cada cultura tiene una forma de vida cuya validez es igual a la de todas las demás y, segundo, que las exigencias morales de cualquier cultura particular no tienen validez fuera de ella. Las consecuencias igualitarias que supone el relativismo cultural no están lógicamente implicadas en la doctrina del relativismo cultural». Stephen A. James, Reconciling International Human Rights and Cultural Relativism: the Case of Female Circumcision, en Bioethics, vol. 8, núm.1. Págs. 1-26 y pág. 3, 1994.

«La concepción del "aislacionismo moral" de las diferentes culturas postula el abandono de toda perspectiva prescriptivamente universal en la moral y la limitación de la descripción de hábitos y costumbres de cada pueblo para de allí inferir lo que debe ser moralmente en esa sociedad. Es obvio que aquí subyace una falacia de tipo naturalista: del hecho de que existan diversas culturas no es posible inferir sin más que deba ser el respeto de las respectivas normas morales de cada cultura ni que esta diversidad sea valiosa. La historia abunda en ejemplos de formas colectivas de vida con respecto a las cuales cuesta encontrar argumentos morales que permitan concluir la necesidad de su conservación o promoción». Garzón Valdés, Ernesto. Cinco confusiones acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural, Claves, nº74, Julio/Agosto 1997. Pág.12.

«Y cualquiera que sea la interpretación de la base y de la naturaleza de la obligatoriedad de los imperativos éticos lo cierto es que de ellos, en su calidad de normas para la actuación concreta y condicionada del individuo, no es posible deducir de forma unívoca unos contenidos culturales de carácter obligatorio. Y ello es tanto menos posible, cuanto más amplios son los contenidos en cuestión. Sólo las religiones positivas –o para decirlo con mayor precisión: las sectas dogmáticas- son capaces de conferir al contenido de los valores culturales la dignidad de imperativos éticos de una validez incondicional. Fuera de ellas, tanto los ideales culturales que el individuo quiere realizar, como los deberes éticos que debe cumplir, muestran una diferente dignidad de principio.

El destino de una época cultural que ha degustado el árbol de la ciencia, es el de tener que saber que no podemos deducir el sentido de los acontecimientos mundiales del resultado de su estudio, por muy completo que éste sea. Por el contrario, debemos ser capaces de crearlo por nosotros mismos. También tiene que saber que los "ideales" nunca pueden ser el producto de un saber empírico progresivo. Y por lo tanto, que los ideales supremos que más nos conmueven, sólo se manifiestan en todo tiempo gracias a la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados como los nuestros.» Max Weber. "La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales " en Sobre la teoría de las ciencias sociales, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985. Págs.18-19.

«Obsérvese el contexto de la afirmación. "Todo vale" no es el único "principio" de una nueva metodología que recomiendo. Es la única forma en que aquéllos que confían plenamente en los criterios universales y desean comprender la historia en función de éstos pueden describir mi explicación de las tradiciones y las prácticas de investigación. Si esta explicación es correcta, entonces todo lo que un racionalista puede decir sobre la ciencia (y sobre cualquier otra actividad de interés) es: todo vale.

Nadie niega que existan sectores de la ciencia que hayan adoptado algunas reglas y que nunca las hayan violado. Después de todo, una tradición puede remozarse por medio de enérgicos procedimientos de lavado de cerebro y, una vez remozada, contener principios estables. Pero lo que a mí me interesa señalar es que las tradiciones remozadas no son demasiado frecuentes y que desaparecen en periódos revolucionarios. También sostengo que las tradiciones remozadas aceptan los criterios sin examinarlos y que cualquier intento de hacerlo desembocará de inmediato en la situación del "todo vale".

Tampoco se niega que quienes proponen el cambio puedan disponer de excelentes argumentos para cada uno de sus pasos. Sin embargo, sus argumentos serán argumentos dialécticos, conllevarán una racionalidad cambiante y no un conjunto fijo de criterios, constituyendo a menudo el primer paso hacia la introducción de esa racionalidad. Este es, dicho sea de paso, el modo como procede el sensato razonamiento del sentido común: puede partir de algunas reglas y significados y acabar en algo totalmente distinto. No es de extrañar que la mayor parte de los revolucionarios tengan evoluciones insólitas y frecuentemente se consideren a sí mismos como diletantes. Sorprende ver cómo los filósofos que una vez forjaron nuevas concepciones del mundo y nos enseñaron a analizar el status quo se han convertido ahora en sus siervos más obedientes: philosophia ancilla scientiae». Feyerabend, Paul. La ciencia en una sociedad libre. Ed. Siglo XXI, 1978. Pág. 41.

Fuente general: Cuaderno de Materiales de Filosofía. net

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