La democracia en peligro
Daniel Keller
Miércoles
por la tarde, el recogimiento y la seriedad se apoderan de la plaza de la
República de París igual que en todas las ciudades de Francia donde decenas de
miles de personas han acudido para decir que la barbarie no tendrá jamás la
última palabra. En el momento en que tanto nos preocupa la desintegración de la
sociedad, la unidad expresada en el dolor demuestra que el compromiso con la
democracia no es una palabra vacía y que los ciudadanos no están dispuestos a
renunciar a sus derechos.
La
misma democracia ha sido puesta en peligro tras el ataque a una de sus
libertades: la libertad de prensa. Más ahora que se ataca a la caricatura
cuando no existe ningún límite legal para este género periodístico. Por su
potencia corrosiva, el caricaturista muestra a la democracia vengándose de
todos los fanatismos, de todos los fanáticos para quienes admitir que uno se
puede reír de cualquier cosa es una herejía. Pero el caricaturista no es el
nuevo impío de los tiempos modernos, es, por el contrario, la encarnación
última de una libertad en cuyo nombre ninguna norma, ninguna creencia, son a
priori intocables.
La
democracia es también hija de un humanismo enfrentado al salvajismo que
ensangrienta ciegamente numerosos países del globo. Hoy, cuando el genio del
espíritu humano permite prever la conquista del planeta Marte, ¿cómo no
estremecerse ante el hecho de que una barbarie de otra época siga llamando a
nuestra puerta?
Eso
sería olvidar que el fanatismo es una constante en la historia de la humanidad,
da lo mismo que se trate de las hogueras de la inquisición, o de la barbarie
nazi o del terrorismo que nos golpea. Este fanatismo impone una nueva forma de
guerra, sin rostro, sin campo de batalla. Solo por la reafirmación intangible
de principios que compartimos, por el rechazo de ceder al dictado de la
violencia, por la obstinada capacidad del lápiz para desafiar al cañón, solo
por eso podremos triunfar sobre esta barbarie de rostro inhumano.
Se
trata también de mostrar que la civilización de los derechos del hombre y las
libertades, por la dimensión emancipadora que la funda, por el incremento de
los derechos que promueve, será capaz de vencer a sus enemigos con la condición
sin embargo de renunciar al síndrome del odio a nosotros mismos. Solo una
sociedad unida y que crea en su futuro hará retroceder al terrorismo.
Por
último, cuando el terrorismo instrumentaliza la religión, nada sería peor que
ceder a la tentación de la amalgama1, a la de señalar a los cabezas de turco, a la de
tomar la parte por el todo. Por el contrario, es el momento, en el clima de
enfrentamiento en el que tales actos pueden desembocar, de recordar que la
organización laica de nuestra sociedad es la única susceptible de preservar el
indispensable clima de concordia que la República necesita para aniquilar al
terrorismo. Y en estas condiciones, la vida en común no puede sustentarse sobre
la continua reivindicación de las pertenencias confesionales. Por el contrario,
es el momento de comprender la necesidad de dar prueba de moderación. Porque,
de otra manera, serán los terroristas quienes ganen la sucia guerra que nos han
declarado.
¡Y no olvidemos que los miembros de Charlie Hebdo, a los hace
poco se quiso procesar en nuestro propio país por un delito de blasfemia, son
soldados caídos en el campo del honor de la libertad, con las únicas armas de
sus lápices y su libertad de pensamiento!
1 Confusión voluntaria de ideas y conceptos diferentes para desacreditar a algo o a alguien.
Fuente: http://blogs.mediapart.fr/edition/les-invites-de-mediapart/article/080115/la-democratie-en-danger
Traducción: Olmo